Un grato recuerdo
Yo no debía tener más de 9 años cuando supe que mi abuelita paterna estaba enferma de cáncer de colon algunos en mi familia no lo sabían, - ni siquiera ella-. ¿Cómo lo supe?... mi madre que desde pequeña fue rebelde y tenía
la tendencia a ir en contra de lo establecido tenía como lema … “hay que decir
la verdad a los niños”; en consecuencia,
desde pequeños mis hermanos y yo sabíamos por ejemplo, que la cigüeña no
recorría grandes distancias con tu bebe a cuestas o que las inyecciones no eran
solo un pellizquito, es más, éramos informados con anticipación que íbamos a
ser vacunados por lo que los berrinches, llantos y escándalos precedían
usualmente al pinchazo, a diferencia de otros niños que eran astutamente
engañados y descubrían la inyección cuando ya era tarde; mi madre podría
haberse ahorrado terribles vergüenzas, pero como era consecuente con ella
misma, siempre estábamos en aviso. Es así que sabíamos de mi abuela enferma y
ahora comprendo que eso nos ayudó a entender su proceso. Por supuesto mi papá
respaldaba, aunque él siempre fue más diplomático, pero no menos enfático con
su compromiso con la verdad.
Hasta entonces la muerte era aún
lejana, habíamos experimentado la muerte
de unos gatitos algo que nos dolió mucho a mi hermano y a mí, pero lo
entendimos, aunque doliera era el curso natural de toda existencia, poder
conversarlo con mis padres, nos ayudó a aclarar nuestras emociones y pensamientos.
Creo que todo niño entiende más de lo que los adultos esperaríamos, ellos son
sencillos en su interpretación de la vida, no están estructurados por el sistema
de creencias que muchas veces nos tergiverza y genera apegos innecesarios. Por
eso es importante ayudarlos a entender la muerte desde pequeños, porque sus
primeras experiencias condicionarán su enfrentamiento hacia la finitud de la
existencia.
Aunque creo que la vida es una
sucesión de duelos, ya que toda pérdida es considerada un duelo, cambios de
casa, trabajo, pasar de una etapa a otra, etc., las muertes son esos cambios
trascendentales, acompañadas de emociones intensas que significan una
readaptación al medio y a mi nuevo ser. Muchas veces podemos ver patrones de
conducta en como enfrentamos las pérdidas, si nuestras experiencias tempranas
fueron trágicas, percibiremos y estaremos predispuestos a que nuestros duelos
siguientes estén condicionados por esa fatalidad hacia la muerte, pero no se
asusten, podemos revertir esta situación con trabajo y dedicación, ya que
aprender a despedirnos es fundamental en nuestro paso por la vida.
Por eso creo que el vivir el proceso
de morir de mi abuelita fue tan importante, es lo que motivó a dedicarme a la tanatología,
porque tuve conciencia de lo que pasaba, sabía que ella moría, entonces tuve
oportunidad de despedirme de su cuerpo físico.
Después de ser diagnosticada con
cáncer, su cuerpito se empezó a consumir, su mente siguió el mismo curso y
aunque no pasaba mucho tiempo con ella, sabía que cuando la miraba a los ojos, ahí
estaba la misma persona. Cuando alguien enferma pierde muchas de sus
facultades, a veces la capacidad de moverse y valerse por sí misma, de
comunicarse o incluso cuando su mente vaga por otros mundos a los cuales nos es
difícil acceder y comprender, en esos momentos siempre podemos buscar al “ser”,
llegar a tocar su alma y comunicarnos, porque conocemos a esa persona, porque
somos más que lo que hacemos, que nuestra profesión, que lo que ganamos, lo que
elegimos ser y hacer en la vida, o sencillamente y solamente: “somos”, y eso
que somos, nunca lo perdemos. Yo sabía que seguiría encontrando a mi abuelita en
su mirada y que desde ahí todo sería verdadero.
Otros recuerdos en torno a su
enfermedad y su morir, no son tan claros o poéticos, me contaban que afortunadamente,
no sufría de dolores. Seguramente hubo
momentos de mucha soledad y miedo, no solo para ella -porque aunque ella no
tenía pleno conocimiento de su diagnóstico, estoy segura que lo intuía en algún
nivel de conciencia-, sino para la gente más cercana, pero creo que los fuimos
superando uno a uno con comunicación y empatía.
Un día mi mamá me levantó de la cama
muy temprano y me dijo: “ya es hora”. Recuerdo que no sabía que sentir, que era
muy extraño el ambiente y emociones que se apoderaban de mi cuerpo, analizándolo
ahora, puedo afirmar que era miedo; miedo porque no sabía que pasaría, cómo
sería el último momento y porque sabía que los adultos no sabrían explicármelo,
porque ellos tampoco sabían.
Cuando llegue junto a mi abuela, todos
estaban con caras de incertidumbre, sentía que hacían cosas, pero eso que
hacían lo veo borroso ahora. Entré temerosa al cuarto donde estaba mi abuela
rodeada de su gente. Mi hinqué al lado de su cama y le agarré la mano, no sabía
qué hacer, mi mami que iba detrás me guió en el proceso de lo que sería una de
las experiencias más hermosas de mi vida, me dijo al oído que hablara con mi abuelita,
que me despidiera, que le dijera que no tenga miedo y que la esperaban al otro
lado mi abuelito, sus papás y sus seres queridos que ya partieron,
mientras yo trataba de buscar esos ojos que algunas veces me acogían cuando trataba
de entender su despedida, pero encontré temor en su mirada y una lucidez que no
habíamos visto desde hacía mucho. Ella no hablaba palabra, su físico se lo
impedía, pero algo en mí sabía que no eran necesarias las palabras, entonces sólo
le agarré la mano y la miré, nos miramos, y así le pude decir todo lo que
quería decirle, lo que mi mamá me dijo, cuanto la quería, cuanto lo sentía, que
todo estaría bien, que todos estaríamos bien… en ese momento su mirada se
apaciguó y solo así pude soltarle la mano, tenía manos hermosas.
Llegaron los demás a despedirse,
recuerdo que murió al lado de su hija, con lindas palabras de despedida, que
creo que hacían falta para que ella pueda irse.
Apenas exhaló su último aliento
hubieron expresiones de todo tipo, llanto, desesperación, incomprensión,
algunas risas incluso, rabia, de todo… pero nada me quita este recuerdo del
corazón y la oportunidad que tuve de despedirme de mi abuelita así, de alma a
alma, lo agradezco por siempre porque siento que de alguna manera me preparó
para mi propia muerte.
Mi tesis de licenciatura se la
dediqué a mi abuelita y las mujeres de mi familia, con estas palabras:
A las mujeres de mi familia,
a sus incansables pasos,
mujeres fuertes que encierran la vida
y encaran la muerte.
A mi abuela Marina,
que me mostró las diferentes caras de la muerte.
A su mirada lúcida en el tiempo final,
a sus manos compasivas y arrugadas,
a su fragilidad,
a su cáncer y su muerte.
Después de ella viví más
perdidas, los abuelitos y abuelitas de mi vida se fueron uno a uno, siempre
acompañada por mi madre. Hasta que a ella le toco perder a su madre, mi abuela
Anka… fue un proceso rápido, en un hospital, recuerdo que incluso ahí, ella
estuvo preparada para despedirse, mi nonna se fue un día antes de su cumpleaños
y esperó que todos pudiésemos despedirnos. El día de su velorio, prendimos una
velita y le deseamos un cumpleaños feliz, ya adultos mis hermanos y yo
estábamos acompañando a mi madre, devolviendo la fortaleza que siempre nos dio
para decir adiós con amor y aceptación en una celebración a la vida.
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